martes, diciembre 18, 2007

De como ofender a un invidente...

Serie: Retratos de Maria Font (II)


Este fin de semana acompañé a Maria Font a un museo. El lector podrá detenerse en este punto y pensar que lo que viene es la derrama de romanticismo decimonónico que en pluma de un posmoderno es tan fatigosa como una tarta de pueblo en algún quince años merenguero. Pero no es el caso por el momento. Maria Font merece un poema que todavía no termina de suceder (los poemas para escribirse primero tienen que suceder). Así que guardo la crónica del fin de semana que me regaló y aprovecho el espacio que ya se abrió en su curiosidad para algunos apuntes sobre la gente que va a los museos.


Abomino lo vulgar. Y pocas cosas denotan más vulgaridad que estar ante lo sublime y no darse cuenta (la frase no es mía pero como si lo fuera). En ese sentido, a veces pienso que los museos son monumentos a la paradoja de la condición humana: Se expone lo mejor de la civilización y asiste lo peor de la misma. Y lo peor no es la ignorancia, sino las ganas de entretenerse sin cultivarse; la masa que asiste si muchos asisten; el deseo frenético de la foto del recuerdo sin recuerdo.



La obra de arte es cíclope para algunos y caleidoscopio para otros. Los colores o hipnotizan o marean. Las formas o causan vértigo o dan sueño. Los espacios entre cada marco o pedestal recuerdan los abismos insondables del alma humana, o los callos de unos zapatos que no fueron hechos para caminar.


Por eso a veces me sorprende gente que lee pocos letreros y mira demasiado a las obras. Y no me refiero a quedarse viendo un letrero horas en alguna pretenciosa galería para que luego te indiquen que solo es el baño. De quien hablo es de los que miran admirando los detalles, pues saben que en los detalles esta el corazón de todo arte… o no está.


El colmo de lo cursi sería decir que con las personas es lo mismo. Pero ustedes perdonarán que lo afirme, porque este texto, en realidad, no es sobre arte, ni sobre los museos, tampoco de mi esnobismo o mi vasconcelismo adulterado. Es sobre Maria Font, aunque no lo parezca, aunque todo lo demás -el mundo y yo mismo- seamos mero pretexto.



Rafael Tobias



martes, diciembre 11, 2007

Retratos de María Font (I)


Maria Font, así le digo. Así me gusta recordarla. El nombre se lo robé a un personaje de Bolaño. Y es que el escritor me ha jodido la mente en estos meses; de alguna forma intento encarnar sus historias en la mía; y sus rostros; y sus delirios. La realidad, por otra parte, no me ayuda: parece su cómplice. Como en aquella historia de Michael Ende, pareciera que al leer sus retazos estos se cosieran a la trama de mi vida. En ese contexto conocí a Maria Font. Así me gusta llamarla. Y así se las describo:

Maria sólo tiene hermanas (aunque algún medio hermano según entiendo); tiene una casa bonita y un jardín que ahora es más cochera que jardín. En el fondo (Bolaño me persigue) una cabañita donde antes había dos camas y ahora una sola pero matrimonial. Las historias de la cabañita son bolañescas.

Maria no es poeta. Pero lo parece. Su papá podría ser arquitecto. María dice que tiene poco busto. A mi me parece decente. Y a la verdad, como una vez le dije, sus ojos grandes, como moros, distraen lo suficiente como para no fijarse en otra cosa. Excepto, claro esta, si te sonríe. Su sonrisa no la cuento, es mi secreto. El rostro de Maria es como triste. Aunque ella no lo sea. De esos rostros que parecen de otra época y que la felicidad pasó demasiado rápido por ellos dejándoles solo la belleza de la melancolía.

María es tímida. O es como dama. O es como aristócrata. A mi me gusta a pesar de que continuamente me siento torpe a su lado, como cuando acaricié su piel so pretexto del frío y pensé en decirle un poema sobre su piel pero los demonios de mi simpleza me inspiraron tan solo una alegoría estúpida sobre la piel de las gallinas. En mi defensa les digo que ella me sonrió. Y es que ella es linda por donde se le vea. Sus viajes por el mundo la han hecho un tanto sensible, un tanto sencilla y un tanto, para bien de mi causa, tolerante.

Mucho puedo escribir sobre ella y en algún momento ameritará un poema. Hoy me siento tan incapaz como cualquiera, como el de a pie que se idiotiza ante lo que no comprende. Tan sólo sirva este escrito para dejar testimonio que la poesía que uno lee es siempre profecía autocumplida en alguien que se vuelve como un sueño que persiste; recordando para el caso el final de un poema de Bonifaz Nuño que se lee:

“Mayo contigo me ha mirado, octubre
Me quiebra sin remedio; nos separa;
Y yo pienso en tus ojos todavía.”

Rafael Tobias

lunes, diciembre 03, 2007

Elogio del olvido

por José Luis García Martín

¿A qué grabar un nombre en las paredes,
manchar con torpes trazos la blancura
deslumbrante, impoluta, de la nada?
¿A qué este vano empeño de ir dejando señales,
de escribir en la arena, a resguardo del viento,
las triviales miserias que conforman tu vida?
Sobre las tercas líneas que dibujan un rostro
ha de pasar la mano piadosa de los años
borrando letras, sílabas, palabras sin sentido.
El papel en que escribes volverá a estar en blanco.
¿Y habrá dicha mayor que no haber sido?

Acerca de mí

COSAMOSTRA es el heterónimo colectivo de 7 que se encontraron por azar, se reunen por necedad y han decidido escribir por necesidad.
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