Todo ser humano ha querido ser poeta alguna vez, a la luz de unos ojos o de un día que agoniza, cuando se mata su ilusión o amanece un pensamiento. Todos cuando amamos, cuando odiamos, cuando sólo tenemos una noche o cuando parece que todos los días son lo mismo. El poeta es la vocación perdida de quien mira una obra de arte, aunque nada entienda, aunque nada sepa, pero sabe que tiene que mirarla. El deber que nos impone la belleza, nuestro paraiso perdido, el Dios que nos pregunta nuestro nombre.
Aspiración de todos e inspiración de muy pocos, así es la poesía. He ahí porque la muerte de un poeta es en sí mismo un poema colectivo, cuyos versos son los recuerdos de sus lectores; letras que susurran miradas, horizontes y vasos vacios, colillas y guitarras que se estremecen. Son nuestros poetas los que nos prestan las palabras que nos salvan de la mediocridad y nos hacen dignos de nuestros sentimientos, sean terribles o altísimos.
Hoy se nos fué el maestro Benedetti. Imagino que arrugado y cansado, imagino que sonriente y quizá aventurando una última broma de color y coqueteo a la dama que tenía enfrente. Y es que don Mario escribió mucho y muchos poemas, pero los que me prestó a mi, el aspirante sin mucho talento, fueron quizá los más simples y los más mundanos, aquellos que escondido en las sábanas de mi esnobismo, leía y releía; aquellos que no necesitaban un diccionario ni fumarse la tinta para entender o suponer que uno entiende. Benedetti no era un poeta de claustro ni de cursos avanzados de letras. No salía en mis pláticas más brillantes o en mis devaneos intelectuales. No le suponía el verso perfecto ni la rima clásica o de la vanguardía que uno presume para quedar bien con quien se dice saber de arte y de tendencias. No, Benedetti no era de tendencias ni de galerías caras. Mario era poeta de la edición barata, del Samborns, del puberto que sustrae versos para impresionar los braquets de su novia. Poeta de calle, de metro, de cafetería universitaria mal surtida. Poesía para aventar en una manifestación del CCH o para hacerle al cuento de la rima que se plagia. Escritor que lo mismo entiendes tu con todos tus títulos que la niña de sueter verde que suspira porque el hijo del carnicero le dijo: "poesía, y tu me lo preguntas, poesía eres tu". Bécquer tampoco es un gran poeta.
La grandeza, esa de los napoleones y los cesares, esa del marmol y de las alturas, de esa nada para Benedetti. Don Mario es nuestro, de los infames sin talento que queremos ser dignos de nuestros sentimientos al apuñalar al enemigo o al amar a la dama de todas nuestras noches. Para nosotros, los más, los demasiados, los que sólo estamos porque sí, los que no vinimos a cambiar el mundo y sólo a trabajarlo; para nosotros que amamos sin más complicación y matamos a la menor provocación, para nosotros fue don Mario y todos sus poemas; para él esta elegía que termina necesariamente en una nota de agradecimiento antes de la cena y con un poema de él que también es para alguien...
Informe Sobre Caricias
1
La caricia es un lenguaje
si tus caricias me hablan
no quisiera que se callen
2
La caricia no es la copia
de otra caricia lejana
es una nueva versión
casi siempre mejorada
3
Es la fiesta de la piel
la caricia mientras dura
y cuando se aleja deja
sin amparo a la lujuria
4
Las caricias de los sueños
que son prodigio y encanto
adolecen de un defecto
no tiene tacto
5
Como aventura y enigma
la caricia empieza antes
de convertirse en caricia
6
Es claro que lo mejor
no es la caricia en sí misma
sino su continuación
La caricia es un lenguaje
si tus caricias me hablan
no quisiera que se callen
2
La caricia no es la copia
de otra caricia lejana
es una nueva versión
casi siempre mejorada
3
Es la fiesta de la piel
la caricia mientras dura
y cuando se aleja deja
sin amparo a la lujuria
4
Las caricias de los sueños
que son prodigio y encanto
adolecen de un defecto
no tiene tacto
5
Como aventura y enigma
la caricia empieza antes
de convertirse en caricia
6
Es claro que lo mejor
no es la caricia en sí misma
sino su continuación
Rafael Tobias
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