jueves, septiembre 07, 2006

El escritor de hoy debe ser metrosexual...


(Esta es una editorial aparecida en El Pais, de Manuel Vicent..) R Tobias

Los escritores de la Generación del 98 huelen a cerrado. Baroja en su
propia casa llevaba puestos la boina y el abrigo e incluso a veces se
añadía una bufanda y una manta en las rodillas. Un día Unamuno estaba
sentado a una mesa camilla y la visita que lo acompañaba, al ver que
guardaba silencio y hundía la cabeza en el pecho, creyó que se había
dormido, pero una de sus babuchas comenzó a arder en el brasero y por
el olor a chamusquina el acompañante se dio cuenta que don Miguel
había muerto. Antonio Machado vestía como una cama deshecha y Juan
Ramón Jiménez, pese a que sus poemas eran limpios y azules, él iba muy
abotonado y de negro como un grajo. El garrotazo que el periodista
Manuel Bueno le dio a Valle Inclán le hundió el gemelo en la muñeca.
Bastaba con que se hubiera lavado un poco, pero no lo hizo; la herida
se le gangrenó y hubo que cortarle el brazo. Desde Galdós a Manuel
Azaña, pasando por el atildado Azorín, es posible que ningún literato
español se duchara más de diez veces al año. Debido a eso toda su
literatura huele a atmósfera muy cargada. Hay que esperar a la
Generación del 27 para comprobar que el aire deportivo, de tipo
anglosajón, había prendido en nuestros escritores. Solo en los
aledaños de la II República aparecen los primeros jerseys de pico y el
cuello abierto sobre las solapas como lo llevaba Blasco Ibáñez
convertido en un señorito de la Costa Azul. Hay fotografías de García
Lorca con pantalones bombachos, calcetines de rombos y pajarita; de
Alberti con una camisa negra y una corbata clara; de Cernuda hecho un
dandi muy planchado y aunque los poetas Salinas, Guillén, Dámaso
Alonso, Altolaguirre y Aleixandre aun vestían muy formal se nota que
su pañería ya era inglesa y estaba venteada por el espliego del
Guadarrama. A Gil Albert se lo encontró León Felipe en una calle de
México durante el exilio con un aspecto deplorable. Le dijo que un
grupo de escritores norteamericanos había girado fondos para remediar
estas situaciones lastimosas entre los refugiados. Con el cheque en la
mano Gil Albert se olvidó del hambre canina, entró en una tienda
inglesa y se compró un sueter, un foulard de color humo con motas
blancas y todos los productos de perfumería Jarley, jabón de afeitar,
polvos de talco, loción y sales. Rancios, de oscuro, oliendo a cuarto
cerrado, sin un gramo de fascinación, así han sido la mayoría de
nuestros escritores. Mi teoría literaria es esta: si no eres guapo ni
vives ni vistes como Scott Fitzgeralg nunca escribirás el Gran Gatsby.

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COSAMOSTRA es el heterónimo colectivo de 7 que se encontraron por azar, se reunen por necedad y han decidido escribir por necesidad.
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