« Pour quelle raison tous ceux qui ont été des hommes d’exception, en ce qui regarde la philosophie, la science de l’état, la poésie ou les arts, sont-ils manifestement mélancoliques ? »
Aristote
¿Sinrespetar = faltar al respeto? No necesariamente. En todo caso se trata de la acción voluntaria, cínica y adelantada, orgullosa y deliberada, de llevar a cabo un acto que sabemos incorrecto para los estándares convencionales, pero cuya consumación nos divierte.
Nunca he sido lo suficientemente concentrado y atento como para declararme racional según la definición de un depresivo alter ego de Pessoa (pues su racionalidad exacerbada y enfermiza lo lleva a la muerte premeditada, aunque no forzosamente ajena a un destino trazado por un ente superior, cuya existencia él niega).
Los estereotipos de la bohemia le impiden a un aprendiz de Sabina o de Hemingway el sentarse en un Sanborn’s a tomar un jugo de naranja mientras escribe. Las reglas tácitas del Manual del Poeta Nostálgico trazan la obligación de tomar un café serré en una terraza de alguna calle incógnita –que por dicho esfuerzo pierde el sustancial adjetivo- de algún barrio parisino.
La negación de aceptación –si se me perdona el sacrilegio- de una serie de complejos me ha llevado, hasta hoy, a desconocer las verdaderas trabas que me atan a la melancolía y a la depresión nostálgica; una monomanía eludible, pero cuyo sentir me agrada y me amarra cada vez con más afán en su torno.
Un poeta dadaísta con tintes de lucidez romántica –mis adjetivos son reprochables- tal como Joaquín Martínez, goza del permiso de poder hacer rimar el aceite con el agua y al mismo tiempo aparentar un ingenio incomprensible para las mentes afectadas a la cotidianeidad.
¿Cómo se explica que aquél mutilado aristócrata, que en fantasía ocupó el mismo espacio que el no menos noble Álvaro de Campos, aún reconociendo su frustración sexual y gozando de una lucidez envidiable, permanezca amarrado a la incapacidad de vencer la barrera de la sensualidad y el sentimentalismo, tal vez no con una conquista positiva, pero incluso (posiblemente) con una ignorancia de toda trascendencia en ello?
Y resulta (cambiando ligeramente de sesgo) interesante el hecho que un escritor se disfrace de todas las formas imaginables para dictar sus ideas sin ser reconocido, y que no obstante (como pensó Borges en mente de Bogle) tanto cinismo resulte increíble, aunque en este caso arroje un fracaso directo (y por ende, tal vez, plenamente voluntario) y no indirecto como el del pobre Tom Castro.
El no imitar tajantemente esta serie de comportamientos, en suma, parece ser que desemboca en la renuncia involuntaria pero inevitable de pertenecer a esta sacrosanta casta de poetas y de artistas.
Maclovio Colunga
En San Sebastian de Tepezalà, Principios del Segundo Lustro
(Foto: David Alateyo)
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