domingo, enero 22, 2012

El ítem de la negritud... y un comentario sobre los despiadados esclavos-amos


Alexandre Dumas padre (hijo del general Thomas Alexandre Davy de la Palleterie, primer general mulato del ejercito francés), fue un tipo particularmente mordaz. Si habláramos la lengua del Albión, diríamos con mucha precisión que era un witty fellow, y si recordáramos la gran obra de Patrice leConte -ya citado no hace mucho en este blog- afirmaríamos sin chistar que el señor Dumas avait de l'esprit.

Su condición de mulato en los altos círculos sociales y literarios de la Francia de la primera mitad del siglo XIX dio muchas veces lugar a que el joven escritor fuera, por lo pronto en lo verbal, agredido, despreciado y denostado por sus coetáneos.

Un día un infame, creyéndose ingenioso, lo enfrentó de forma (no tan) veladamente ofensiva:

- Por cierto, querido maestro, usted debe saber bastante de negros…-

- ¡Pero claro! – respondió en el acto el literato – mi padre era un mulato, mi abuelo un negro, y mi bisabuelo un simio. Como puede usted ver, mi familia comienza donde la de usted termina –.

No sé francamente, pues yo no estaba ahí, quien habrá podido animarse después, en esa misma velada, a decirle al mulato escritor algo acerca de sus pelos tan cambujos…

Antes de recordar lo que a continuación se describe, conviene sin duda afirmar que la esclavitud (incluso en nuestros días, cuando legalmente ha sido abolida en gran parte del globo, y que a pesar de ello sigue partiendo los corazones de muchos infelices) debe ser, en cualquiera de sus manifestaciones, sólida y firmemente combatida... aunque decir esto sea tan perogrullesco como esgrimir que hay un derecho humano a manifestar las opiniones; y que, más en el sentido de lo nuestro, hay pocas cosas tan dignas de vergüenza en la historia de la humanidad como esa afición milenaria de los hombres por privar a sus iguales de la libertad... una de las pocas cosas - junto con las flores - por las que vale la pena vivir.

Alejo Carpentier, impecable escritor cubano de origen francés, relata en "El reino de este mundo", muy a su fantástico, particular y embrujador modo, las peripecias vividas por un ex esclavo negro de Haití al momento en que la isla es tomada por los negros, y el poder de forma súbita arrancado a los franceses por quien después se convertiría en el rey Christophe; aquel mismo rey Christophe que formaría una irrisoria y efímera corte de nobles negros (blanco de carcajada de los círculos contemporáneos de París); aquel que avocaría gran parte de su reinado a construir un castillo inalcanzable en lo alto de una montaña -por esclavos nuevos: ex esclavos de blancos, nuevos esclavos de un rey negro antillano-.

La queja que Carpentier pone en labios de uno de los personajes centrales de la novela es, como poco, escandalosa; el reclamo es de igual forma, a su vez, revelador de que quizá Rousseau se equivocaba un ápice, y que el ser humano está lejos de ser en su esencia un bon sauvage:

"... Peor aún [dice un esclavo al momento en que maldice su suerte], pues había una infinita misera en la de verse apaleado por un negro, tan negro como uno, tan belfudo y pelicrespo, tan narizñato como uno; tan igual, tan mal nacido, tan marcado a hierro, posiblemente, como uno..."

Me dan ganas de ser más contundente, ahora que transcribo de nuevo esta desconsoladora frase del genio cubano, sobre la posición de don Jean Jacques Rousseau (padre desnaturalizado, él mismo, de niños atados a patas de mesas de palo), y se me antoja decir que no es que el suizo quizá se equivocara sobre la bondad del hombre. Me place afirmar que -y que se me perdone la ausencia de modestia - el autor del Contrato social se encontró en su postura en el centro del error: la maldad del ser humano puede alcanzar horizontes insondables.

Maclovio Colunga, Sans-Souci, enero de 2012.

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COSAMOSTRA es el heterónimo colectivo de 7 que se encontraron por azar, se reunen por necedad y han decidido escribir por necesidad.
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