viernes, enero 20, 2012

La risa y lo grotesco




“Hay personas que son insolventes… porque son incapaces de indemnizarnos por el tedio que nos provocan”.

Guillermo Tovar y de Teresa

Schopenhauer, el filósofo del pesimismo más famoso de la cultura tudesca, estaba convencido de que los estados más insoportables para el hombre eran, en principio, dos: el de la extrema miseria y el del tedio absoluto. En sus Aforismos sobre el arte de saber vivir, Schopenhauer nos afirma que ninguno de estos estados es manejable. La miseria lleva a aquellos que son incapaces de solventar sus necesidades básicas a la desesperación y, quizás, incluso a la muerte (por inanición, por ejemplo). Por su parte, el tedio que pueden experimentar aquellos que tienen todas sus necesidades básicas, e incluso las secundarias, perfectamente cubiertas, puede surgir de una vida en la cual se ha perdido la capacidad de asombro y la posibilidad de disfrutar cualquier tipo de placer – recordemos el lamentable caso del estoico barón de Teive – o que, al encontrarse frente a su vacía soledad, se dan cuenta de la infinita pobreza de espíritu que les acongoja. El que sufre de este horrible tipo de tedio puede, en un caso desesperado, solucionar su problema con una única respuesta: el suicidio.

La risa puede, ante este desolador escenario, convertirse en el remedio más eficiente contra el spleen, como le llamaron los ingleses a este doloroso estado de ánimo. Hay personas y situaciones que hacen reír a su pesar. Existen sujetos, por su parte, que gozan de la envidiable capacidad de resaltar las características grotescas de estas situaciones y de estas personas, y que logran con este atributo arrancarnos brutales, desenfrenadas e histéricas carcajadas.

Patrice leConte nos relata, en su película Ridicule, la vida al seno de la corte del último rey de los franceses, a finales del siglo XVIII. Un noble de una provincia lejana cuyas tierras se han convertido en pantanos por problemas de ingeniería, decide ir a la corte a convencer a Luis XVI de ayudarlo a poner solución a lo que provocaba muertes e infertilidad en sus campos. La única forma de obtener el favor del monarca, nos hace ver leConte, es demostrando el valioso esprit, esa mordacidad que en la isla del norte llamarían a su vez wit, y que sería tan aplaudida en personalidades como la de Beau Brumell y Oscar Wilde. El provinciano, apenas llegado a palacio, se convierte en blanco de burlas. No obstante, pronto entiende el juego y logra hacerse famoso por su mordacidad e ingenio. El marqués de Bellegarde, quien lo adopta como pupilo para mostrarle las artes del comportamiento exquisito en el círculo de Versalles, le aconseja como fórmula indispensable para que el esprit luzca en todo su esplendor tener cuidado de nunca reírse de sus propios chistes.

Se sabe que la humana no es la única especie que puede sobrellevar la tragedia de la existencia con risas esporádicas. Se ha detectado que los simios, los perros y los delfines, por mencionar algunas criaturas, reaccionan a situaciones que les divierten o les resultan placenteras con ruidos semejantes a las risas humanas. Sin embargo todo esto, a nosotros – en nuestro egoísmo de especie soberbiamente autosuficiente –, no nos quita el sueño ni las ganas de comer.

A pesar de todo, lo grotesco debería en primer plano asustarnos o causarnos rechazo. Los bosquejos que Honoré Daumier hiciera de los personajes notables de la sociedad francesa del siglo XIX son meridianamente grotescos, y sin embargo, en una segunda lectura, resultan perfectamente risibles. Lo mismo pasa con las pinturas de Ensor, que podrían ser frívolamente calificadas de escalofriantes, y que con el debido análisis de quien está condenado a despertar todos los días en el ridículo girar del mundo, se convierten en cómicas imágenes de seres despreciables.

Afortunadamente, no necesitamos buscar desesperadamente en los museos o en los coffee table books la provocación a la agradable y placentera carcajada originada en el ridículo. Los personajes de la vida real, como ya adelantábamos, pueden ser blanco fácil de candonga y sardónica mofa. Aquellos seres que se toman demasiado en serio y que no toleran la burla, pues no tienen la potencialidad de tomarse a sí mismos un poco en broma, son los elementos ideales para hacer reír a quien disfruta de lo grotesco.

Guillermo Tovar y de Teresa, cronista emérito de la Ciudad de México y seguidor incondicional de la filosofía schopenhaueriana, recalca que sólo estas imágenes – las más grotescas de todas – pueden hacerle reír. Surgido hace algunos años el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México por iniciativa suya, comenzaron sus integrantes a reunirse periódicamente para atender los asuntos que les atañían. Una de las primeras reuniones se llevó a cabo en la casa de don Guillermo Tovar en formato cena. Uno de los miembros de la Crónica, un celebrado escritor de izquierdas recientemente fallecido, no tardó en monopolizar la plática para abundar en piropos dirigidos a su ilustre trayectoria. Su soberbia y su autocomplaciente tono, su vanagloria y el abordaje sublimador de sus propios méritos, pronto hicieron reír al Cronista Emérito. Éste no pudo más: víctima de un ataque de risa que le hacía ya descoyuntarse por momentos, tuvo que comerse la servilleta y correr al baño para carcajearse a solas con el fresco recuerdo del episodio más grotesco que había presenciado en mucho tiempo.

En el libro de la risa y el olvido, Milan Kundera nos cuenta la historia de una mujer que deja su país para huir del brazo rojo del comunismo. Trabajando en Francia como mesera, la protagonista de la novela sirve casi diariamente la mesa a un grupo de poetas que se reúnen a hablar de sus creaciones. Beodos consuetudinarios, ebrios patéticos, los poetas logran – al menos momentáneamente – hacer a la mesera olvidar la tragedia de su vida con risas que le surgen al presenciar lo tragicómico.

Erik Hartman, personaje de Tom van Dyck, era pretendidamente un conductor de un programa de televisión flamenco dedicado a mostrar al público, en vivo, problemas de la sociedad. Un buen día se abordó el delicado asunto de la mala praxis médica. Como invitados especiales, Hartman recibió a Mariijke, una mujer que había quedado cuadripléjica por la torpeza de un médico que la había querido operar de un tumor benigno que la aquejaba, y a Valère, un hombre cuyas cuerdas vocales habían sido erróneamente manipuladas por otro galeno mentecato para dejarle una vocecita chillona y endeble. El video grabado de la transmisión fue difundido por Internet. Hartman, divertido a su pesar – pues el programa precisaba toda su seriedad y comprensión para con los afectados – no pudo impedir burlarse de la voz que le salía a Valère de la garganta. Lo grave del asunto radicaba en la obligación del conductor de permanecer en su asiento. La prohibición de reír por algo que no debía ser motivo de chasco le dio a Hartman razones adicionales para terminar desternillándose de risa.

La risa provocada por la contemplación de lo grotesco es, sin duda, la más cruel de todas; pero no podemos negar que esta forma de risa es, también, la que más nos hace gozar

Maclovio Colunga. Ciudad de los Palacios, invierno de 2011.


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COSAMOSTRA es el heterónimo colectivo de 7 que se encontraron por azar, se reunen por necedad y han decidido escribir por necesidad.
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